Sirio, el parteaguas del cielo.
El diseño original del mandala astrológico y del zodiaco consideraba la existencia de doce signos zodiacales asociado cada uno a una constelación o grupo de estrellas. Las estrellas y constelaciones se consideraban el habitáculo de los planetas, cada planeta tenía un grupo particular de estrellas, constelación y por consiguiente signo, asociado, que era considerado su hogar, o su “domicilio” natural, sobre el que ejercía su “regencia”. Actualmente esto se conoce con el nombre de astrología sideral, en oposición a la astrología tropical, que es la que usamos actualmente y que considera los signos como espacios de treinta grados dentro de la elíptica.El punto cero del antiguo sistema de regencias planetarias era el comienzo del signo de Leo, muy cerca de donde se producía la elevación helicoidal de la estrella Sirio en el tiempo estimado en que la astrología tuvo una época de esplendor, punto axial que marcaba el momento en que los antiguos egipcios comenzaban su calendario agrícola, porque traía consigo la crecida del río Nilo. Este sistema está aún vigente en el mandala astrológico actual, en el que la Luna domina el signo de Cáncer, y el Sol el de Leo, y así, formando una suerte de parte aguas celeste, las llamadas “luminarias” inauguran lo que son las regencias nocturnas y diurnas de los planetas, que están vigentes hasta hoy en día, salvo porque los planetas transaturnianos ahora comparten algunas regencias. Mercurio rige sobre los signos colindantes a los regidos por el Sol y la Luna, Géminis y Virgo, Venus sobre los dos siguientes, Tauro y Libra, siendo Marte dominante en Aries y Escorpión, en tanto Júpiter es el regente de Piscis y Sagitario para, por último, llegar a Saturno, que gobierna sobre Acuario y Capricornio. Este sistema de regencias es la huella de un tiempo lejano en que se consideraba a la estrella Sirio el centro del cielo, y era y aún es básico para la comprensión de la carta astral, por lo tanto su domino reviste singular relevancia a la hora de emprender estudios sobre astrología. Pero el sistema de regencias era sólo una parte de una visión compleja del mundo y del hombre en la que había una jerarquía que iba de lo sutil y elevado a lo terrestre y mundano, en la que al Sol se le relacionaba con todo lo sutil y lo noble como su manifestación, y a Saturno con lo denso y lo material como su manifestación, y en que la meta más alta que podía alcanzar un ser humano era la unión de ambos extremos en un himeneo sagrado entre el lo denso y lo sutil, entre la tierra y el cielo, una conquista reservada sólo a unos cuantos. Esa visión superó el paso del tiempo y la prueba es que para Aristóteles existían el orden supralunar y el sublunar, el primero era perfecto ya que en el dominaba la forma perfecta, la esfera, manifestada en las orbitas planetarias, que se creían circulares, y en la morfología esférica de las luminarias, cuya vibración se conocía como la música de las esferas. Por contraparte existía el orden sublunar, donde predominaban las líneas rectas y en el que la forma dominante era el cuadrado, concepto que permeó muchas disciplinas y llegó siglos después a la arquitectura, y esa es la razón de que las iglesias tengan una planta rectilínea, en contacto con el suelo, y un techo en forma de cúpula elevándose hacia el cielo, semiesférico u ojival, ya que era la forma de representar la unión de la tierra y el cielo, de lo bajo y lo alto, la materia y el espíritu. Un detalle curioso aparece, sin embargo, al estudiar la obra de Alfonso X el Sabio, quien consideraba la existencia de un orden superior aún al de las esferas, conocido como el octavo cielo, protagonizado por las estrellas fijas y sus figuras, cuyo estudio llamó de tal manera su atención que ordenó la traducción de un texto milenario a Yehudá ben Mošé y a Guillén Arremón de Aspa en 1256, y que fue publicado bajo el nombre Libros del saber de astrología, que es el Libro de las figuras de las estrellas fixas que son en el ochavo cielo, en el que seguramente algunas estrellas brillaban con singular intensidad, como Sirio.
