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Los dos Jodorovsky

Hace unos días retomé la lectura de La vía del Tarot, de Alejandro Jodorowsky, un hombre controversial que antes de dedicarse a la Psicomagia fue mimo y como tal formó parte de la compañía de Marcel Marceau, cineasta y también director del Teatro de Vanguardia, en la época en que habitó, por años, en la Ciudad de México. Según su testimonio concretamente vivió en la Plaza Río de Janeiro cerca, o quizá en, un edificio conocido popularmente como la casa de las brujas por su peculiar arquitectura victoriana, rara en aquella afrancesada zona de la urbe, la Colonia Roma. En esa misma plaza años más tarde encontraría, olvidado en el baúl de los recuerdos de un ya para entonces desaparecido anticuario y tras una ecuménica búsqueda, la que él considera la versión original de la baraja de Marsella, o al menos la versión más cercana al modelo primigenio.Su lectura, como siempre, me resultó reveladora, pero más revelador fue que a los pocos días de adentrarme en ella descubrí, caminando despreocupadamente por las calles de Santiago, el libro El Collar del Tigre, de Cristóbal Jodorowsky, su hijo, artista y psicomago por linaje, y cuyo legado no es menos sorprendente que el de su progenitor, considerando que ha debido forjarse a la luz y a la sombra de un gigante. El libro debe su nombre a un koan que Alejandro le planteó y que le llevó años comprender, y es un relato de sus primeros años de vida en México, de su traslado a París, de sus propias búsquedas y de sus experiencias con chamanes, santeros y machis entre otros, y con la psicogenealogía, la psicomagia y el psicoritual, una técnica que desarrolló por cuenta propia y que aplica con éxito en su consulta.De esta forma continué leyendo en paralelo al padre y al hijo, una pareja de sabios con la que comparto la historia de dos ciudades, México y Santiago, por lo que leerlos me resultó particularmente gozoso. Hacerlo me permitió formar en mi mente una suerte de díptico narrativo, en el que por un lado tenía a Alejandro desgajando el código de un juego milenario, el Tarot, y por el otro a Cristóbal, desgajando otro código de alta complejidad, la familia, en el que no intervienen cartas con personajes sino personas de carne y hueso, cuyas azarosas vidas son tan intrigantes y decisivas para sus descendientes como en ocasiones puede serlo una tirada de naipes.Alejandro Jodorowsky dice que el Tarot es un ser viviente y como tal hay que tratarlo, un concepto que forma parte de culturas que tratan a sus libros sagrados como maestros vivientes, por lo que están dispuestos a morir en su defensa. Siendo así es lógico pensar que al igual que las personas el Tarot pertenece a una familia de cuyo sagrado linaje es portador, pero que a su vez, y como es de esperar de un buen heredero, habrá hecho sus personales aportes. Pero Alejandro argumenta que el Tarot es único e irrepetible, y se apoya en el hecho de que la historia de su estudio está plagada de episodios en los que ha sido tratado como un pie que para calzar la zapatilla de cristal de la cenicienta debe sufrir una mutilación, que trataron de ajustarlo a la Kabalhá,a la astrología, a la numerología,a la Torá, al mítico libro de Toth, a la alquimia, etc..., sin lograrlo jamás del todo.Nada nuevo bajo el Sol, hay quienes aseguran que desde sus orígenes la ciencia y los científicos han mutilado toda evidencia que difiera de lo que se conoce como “corriente dominante”, y que por esa causa muchos fósiles de homínidos, por ejemplo, fueron objeto de una macabra caracterización tendiente a generar una cadena de eslabones que confirmara la teoría de la evolución, y todo porque aparentemente la mente humana es de una dureza inversamente proporcional a la plasticidad de nuestro cerebro. Nuestra mente debe encontrar referentes previos no sólo para comprender sino incluso para ver lo que no conoce, al punto de que hay estudios que indican que si nos ponen enfrente algo que nunca hemos visto simplemente no lo vemos, que por esa razón no podemos ver ángeles o fantasmas, por ejemplo, y que por esa misma causa tendemos a repetir la historia familiar, prontuario incluido.La postura de Alejandro frente al Tarot es comprensible a la luz del relato de su hijo, que describe a un Jodo, como algunos lo llaman en confianza, tan deseoso de desligarse de las ataduras a una familia que no le dio un trato afectuoso que lo dejara satisfecho y feliz, que cometió la osadía de adelantarle el trabajo a su pequeño retoño, y tratándolo como discípulo lo privó del afecto paterno sumiéndolo en la amargura. Esto llevó a Cristóbal a sus propias búsquedas de sanación y a convertirse en el sanador que es hoy por derecho propio.Yo como soy mujer, madre y una cabezadura, quiero pensar que el Tarot pertenece a alguna familia, sobre todo porque siendo mi espejo, imaginarlo como un huérfano me duele como me ha dolido siempre mi propia orfandad y mi destierro perenne, lo que me anima a ofrecerle un nido entre otros juegos que parecen ser piezas únicas, pero entre los que encontramos semejanzas sin que eso demerite sus particularidades ni borre su peculiar huella digital, entre los que se encuentran El Gran Juego de la Oca y el Ajedrez, el primero emparentado con los arcanos mayores y el segundo con las cartas de corte del Tarot.Además para afirmarlo me baso en el hecho de que el Tarot apareció en la Edad Media, por lo que posiblemente fue hecho a la manera de hacer las cosas que imperaba en ese entonces en Europa, donde los oficios se heredaban de padres a hijos y los conocimientos se transmitían en una relación que era a la vez familiar y docente. Esa forma de hacer las cosas prevaleció y se reprodujo entre los maestros constructores de catedrales góticas, quienes trasmitían a sus discípulos conocimientos que el educando recibía con filial gratitud. Se sabe también que los maestros entregaban a sus discípulos las instrucciones básicas, pero estos tenían total libertad de expresión a la hora de la ejecución de la obra, y esa es la razón de que no existan en Europa dos iglesias góticas iguales, es decir que la libertad de expresión era parte de su ley.Siguiendo esa línea es plausible pensar que el Tarot fue hecho de forma semejante, por discípulos que recibieron instrucciones básicas que desarrollaron libremente como era la regla, y que desde esa perspectiva quienes vincularon la baraja con otros juegos o tradiciones seguramente no estaban equivocados del todo, ni tampoco acertaron del todo, porque habiendo sido confeccionado por arte-sanos que supieron mezclar ley y libertad, ciencia e invención, tradición e innovación, en una alquimia perfecta, si no tiene gemelos idénticos al menos cuenta con algunos parientes cuyo estudio comparativo podría arrojar luz sobre su interpretación.Construido por setenta y ocho cartas el Tarot funciona como un juego de encaje en el que las piezas no tienen una posición particular sino universal, ensamblando perfectamente entre ellas se pongan como se pongan, y también cediendo al empalmarlas con otros juegos, enseñanzas y tradiciones, lo que propició un sin número de equívocos pero sin duda algunos aciertos. Como las cartas están numeradas pueden vincularse con las matemáticas y la numerología; como portan nombre, con el lenguaje y las etimologías; por su diseño y colorido pueden emparentarse con el arte; como sirven para construir castillos, con la arquitectura; como nos refrescan la memoria, con la nemotecnia; porque son naipes se relacionan con lo lúdico y con otros juegos; porque en las cartas habitan luminarias, con la astrología; como las circundan cortesanos, emperatrices y papas, con las ciencias sociales; como sirven para decir la buena ventura con los oráculos; como son indiscretas y revelan, aún sin proponérselo, los secretos del alma, con la psicología; y un largo etcétera.Entre ese largo etcétera, y a través de la lectura de los dos Jodorowsky, curiosamente se intuye que este juego aparentemente ha comenzado a cumplir una nueva función: que esta simple baraja es hoy la familia de muchos que se sienten aislados en medio de la era de las comunicaciones y la informática, perdidos en alguna selva urbana, atrapados en la maraña de la globalización, constituyéndose en un elemento indispensable para la estabilidad psicológica de quienes viven lejos de su país y de su gente, de quienes se han alejado de sus orígenes por autoafirmación, o que han cortado lazos familiares tóxicos por una imperiosa necesidad de sobrevivencia, y de mucha gente que ha encontrado en el Tarot un buen compañero, un libro viviente en el que, que por lo tanto, todos los reinos palpitan, una serie cartas que pueden convertir en su maestro, su padre y su madre, y por qué no, llegar a querer como un pequeño hijo consentido que se adueña para siempre de su corazón.

Por Sarabjit Kaur, Cecilia Vadell

mayo de 2013


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